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TRUMP, AISLACIONISMO Y POLÍTICA EXTERIOR DE AYER Y HOY

  • Héctor Balmaceda Sunderland
  • 22 jul 2016
  • 4 Min. de lectura

"La prolongación continental, y luego global, de aquella hegemonía se sustentará entonces, alimentándose recíprocamente, en la teología del dinero, la fe, los negocios y el poder que anima todo el proceso y explica, en última instancia emotiva e ideativa, la política exterior de los Estados Unidos."

–José Luis Orozco

Thomas Paine propugnó, en sus escritos, evitar alianzas con el exterior; Washington enarbolaba el contacto comercial como únicas relaciones exteriores, Jefferson y Mornoe los secundaron. Woodrow Wilson lo implementó en serio al desproveer de la presencia estadounidense A la Sociedad de Naciones.

Ahora, el candidato a la presidencia del ejecutivo estadounidese, Donald Trump, retoma las ideas de los padres fundadores para volver a darle ese resplandor de grandeza a Estados Unidos (EE.UU).

Tal vez no, pero tiene una congruencia con el pasado estadounidense, pasado que veremos a través de un resumido pensamiento político estadounidense de los siglos XVIII y XIX. El aislacionismo primigenio de EE.UU. cobra un enorme sentido cuando analizamos la imperiosa necesidad de reafirmar la independencia y la autonomía de las Trece Colonias, que en aquel entonces se amalgamaron en un emergente Estado que se rebeló contra la Corona y que unilateralmente proclamó secesión del Imperio del Reino Unido.

Hay que comprender la diferencia entre separación e independencia, pues la primera es el acto de dividir territorios (contemplando toda medida para efectuarlo) y el acto de independizarse radica en términos económicos. La política exterior de EE.UU fue forjada por los Padres Fundadores, quienes sometieron a esta a a prueba en el contexto de erigir un Estado independiente, autónomo y soberano, capaz de sobrevivir sin el tutelaje europeo y sin el intervencionismoismo de las monarquías europeas, lo que templó su efectividad.

Debe entenderse, también, que la política exterior estadounidense descansa en ciertos principios, y no me refiero a principios absurdos como los de la política exterior mexicana, sino a un bagaje espiritual y místico, pues responde a:

  1. Al Destino Manifiesto y el protestantismo, que brinda a cada estadounidense de la potestad de laborar, enriquecerse y ser feliz.

  2. En ese sentido, al capitalismo, más que ser un forma de producción, se vuelve un modus vivendi para el estadounidense, medio que fundamenta su derecho al abastecimiento y bienestar.

  3. Al pragmatismo y la actitud ventajista de temperamento puritano y la ética protestante que sustentan una suerte de teología empresarial expansionista.

  4. A la Doctrina Monroe, que establece que el territorio colonizado y todo aquello que suceda en el continente, en ambos hemisferios no es asunto de Europa.

  5. Al Corolario Roosevelt, pues los intereses de los ciudadanos estadounidenses deben defenderse incluso en el extranjero, lo que dota a la política exterior estadounidense de una aura de ultraterritorialidad.

  6. Así como a la necesidad personal e intransferible de la autodefensa, preñada en el ideario colectivo por el espíritu de frontera que en la actualidad se presenta y por el derecho inalienable de proteger a los propios.

Es así que la política exterior de EE.UU. cobra vida, mediante preceptos filosóficos basados en postulados de la Ilustración, merced de la Revolución Industrial y amén del aislacionismo.

Donald Trump, oficialmente candidato republicano a ser el inquilino XLIV de la Casa Blanca, ha establecido, entre otras propuestas:

  • Construir una frontera dura entre EE.UU. y México.

  • Repatriar a 11 millones de inmigrantes indocumentados.

  • Reducir la aportación económica a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (Washington cubrió el 72% de los gastos totales de la OTAN el año pasado).

No es raro que el gobierno estadounidense opte por el ostracismo en momentos álgidos, pero hoy más que nunca parece un sinsentido en tiempos del Brexit, de la expansión de membresías del a Organización de Cooperación de Shangai (OCSh) y cuando el crimen transnacional/multinacional es más activo y fuerte que nunca.

A EE.UU. lo hizo grande salir de sus autoimpuestos aislacionismos en momentos clave de la Política Mundial, lo que llevó a que este Estado se consolidara como potencia mundial, justo a la par de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).

Queramos o no reconocer, al colapsarse la URSS, que el gobienro estadounidense fue autor del ya caduco y llamado Nuevo Orden Mundial.

Hemos abandonado el unipolarismo; los actores internacionales se enfrentan ahora a una clase de prolongación de la Guerra Fría, o como si esta hubiese ingresado a otra fase luego de un impasse. El sistema interpolar enmascarado de un añejo multipolarismo forma el Orden Mundial actual, junto con otros elementos y mecanismos; orden del que puede quedarse fuera EE.UU. si Washington cae en el ostracismo propuesto por Trump, lo cual dañaría a la política exterior estadounidense. No soy pro-Washington y no pretendo proponer nada, pero debo señalar, como internacionalista y como geopolitólogo, que este no es el contexto histórico para que EE.UU. se sumerja en un «autismo diplomático». El aislacionismo es coherente, pero no razonable ni conveniente.

Ahora bien, llegue o no Trump a la presidencia del ejecutivo, la variable de análisis a integrar o a desechar es ese aislacionismo sinsentido. La política exterior seguirá siendo la misma, es invariable, ganen republicanos o demócratas.

La política exterior estadounidense es una estrategia a longue dureé, la cual parte de una lógica emanada, asimismo, de un proyecto de nación

En realidad, no importa cuál partido político llegue a posicionar a su hombre en el Despacho Oval, pues la política exterior responde a un mismo interés nacional, el Interés Nacional de EE.UU. (Corolario Roosevelt, Doctrina Monroe), por lo que la política exterior es en realidad –como debería ser–una política exterior de Estado, no de partidos ni de facciones (como en México). La política exterior estadounidense, más que ser bicéfala (o acéfala si Trump llega), es binaria, pues responde un tiempo a la vez y sólo en cuestiones diplomáticas, a aquello que llamaré planteamiento Frankil o a aquello que llamaré planteamiento Hamilton, pues los ejes y las directrices son paralelos al pensamiento de los Padres Fundadores.


 
 
 

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