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ALASKA, MACKINDER Y LA PROYECCIÓN ESTADOUNIDENSE EN EL ÁRTICO

  • Héctor Balmaceda Sunderland
  • 3 ago 2016
  • 3 Min. de lectura

Corría el año de 1867, y el primero de Agosto, San Petersburgo (en aquel entonces capital del Imperio Ruso) cerró con Washington el acuerdo referente a la venta de Alaska a Estados Unidos (EE.UU.). Ayer se cumplieron 149 años de aquella transacción que tendría implicaciones importantes y le daría un cariz geopolítico.

Alaska proviene de Alaxsxaq, que significaba para los nativos: tierra azotada por el mar. La cifra pactada ascendía a 7,2 millones de dólares, ridícula cantidad para los 1 718,000 km² que los territorios adquiridos concedían a EE.UU.

San Petersburgo desestimó a Alaska por ser tan inhóspita, que los rusos sentían que ya con Siberia tenían demasiado terreno, inclusive el mismo gobierno ruso tenía problemas para administrar aquellos territorios ultramar.

Tras varias rondas de negociaciones, el 30 de marzo se cerró el acuerdo con el monto a pagar. Además de esto, el Imperio Ruso buscaba asegurar un dominio en manos que no fueran de la Corona, para evitar que el Imperio Británico siguiera expandiéndose por zonas cercanas al Imperio Ruso, y Wasghinton era el comprador idóneo.

Cheque extendido por San Petersburgo a Washington

Recordemos la premisa de la Teoría de Mackinder, el Corazón Continental. Mackinder vivía en el contexto del apogeo del Imperio Británico, potencia marítima y superpotencia regente, hegemón europeo y con grandes esperas de influencia repartidas por el orbe.

A sus ojos, el único ente capaz de hacerle frente al Imperio Británico, era el Ruso, el cual se encontraba en expansión por Eurasia amén de la poca oposición que significaban los emiratos y reinos restantes del Imperio Mongol.

El Imperio Ruso, incluso, llegó a amenazar la hegemonía británica en Asia, no por nada se desató el Torneo de las Sombras, mejor conocido como el Gran Juego.

El mismo Imperio Ruso significaba la potencia eurasiática, la potencia terrestre perfecta para encarar las pretensiones expancionistas y coloniales de Lóndres.

La adquisición, además, respondió a la necesidad de expansión estadounidense, necesidad geopolítica no sólo de Washington, respondiendo al ideario de los Padres Fundadores; sino inherente de los colonos estadounidenses y su vehemente espíritu de frontera, espíritu latente hoy día en territorios estadounidenses poco poblados. Algunos consideran que la Guerra Fría inició justo cuando se erigió la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, única potencia que en ideología iría en contra de la civilización euroatlántico (contando EE.UU. y Canadá). Habría que plantearse si esa guerra no tuvo sus antecedentes en la decisión de compra y venta ¿Qué iba a saber San Petersburgo de que Washington comandaría a la potencia que, a la postre, sería el contrincante número uno. La importancia geoestratégica de Alaska se manifestó cuando se halló oro negro en su subsuelo, siendo una de las reservas más significativas del planeta.

También se hizo patente cuando la II Guerra Mundial y la Guerra Fría hicieron de Alaska la última frontera de la Unión [Americana] (el apodo del estado es precisamente The last frontier), acotando el detalle de tener frontera, en consecuencia, con Rusia, mediante el Mar de Bering y el Océano Ártico.

Su ubicación frente a las costas orientales rusas y cerca del Polo Norte otorgaron a Estados Unidos un lugar inmejorable para situar instalaciones militares y sistemas de defensa, y sobre todo, la posibilidad de ampliar el margen de maniobras geoestratégicas en el Círculo Polar Ártico, donde en el Océano Ártico se presume de enormes reservas de petrogasíferos. Ya veremos si el devenir de la Política Internacional sitúa a Alaska como pieza clave de cooperación y conflicto cuando se de el deshielo del Océano Ártico.


 
 
 

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